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Envidia

La envidia de un resultado es muy primitiva. Es una vieja oportunista que constituye un parásito para quien la padece, porque favorece a la desgana.

Sentir celos del fruto de un trabajo ajeno es tan fácil como recoger agua de lluvia con tan solo abrir la boca. El verdadero valor es el de aquellos que consiguen llenar un vaso después de cavar un profundo pozo. Pero ese sacrificio, al que pocos se atreven por modorra, curiosamente no produce apetencia. Parece más sencillo caminar con esa pesada mochila cargada de codicia momificada que por invisible, no da la impresión de un gran peso y que sin embargo, lastra como la más insufrible de las anclas.

La rivalidad derivada de la pereza es un enorme castigo porque provoca fatigas más allá del propio cuerpo. Es un cansancio del alma, cuyas agujetas perduran hasta la tumba a no ser que se combatan con la única manera de sofocarlas; el trabajo.

La envidia, como un cocido completo de compango, acarrea críticas y censuras, detracciones y reproches, complementos indispensables para el alivio de la conciencia de quien la sufre. De ese modo es más fácil mantenerse en la inactividad, para no atormentarse con la incapacidad mental de una invalidez laboral que, en lo más profundo del espíritu, se desea.

La pasión es la gran enemiga de la envidia. El entusiasmo desautoriza su entrada porque mientras se labora, no existe el tiempo que ella necesita para crecer y reproducirse. El ardor por enriquecerse, relega a la envidia hasta el nivel del excremento.

Humillar a la envidia con la fogosidad de un proyecto, es una de las mayores satisfacciones que se pueden derivar del apetito por la vida. La serenidad, como una estela que deja el miedo vencido, equilibra siempre la balanza en favor de la valentía, que vuela a su rebufo como un caza del ejército escoltando una existencia placentera donde las haya.

Por último, el inconformismo es de tal atrevimiento, que se queda corto el peor de los pecados. Por eso, cuando alguien se resigna en los brazos de la envidia, la única fantasía disponible en su existencia, es el fracaso ajeno. A partir de ahí, todo es un morboso desaliento que jamás deriva en bienes con los que dar envidia.

...madre mía, yo creo que esto no hay quien lo entienda, pero así lo esputo jajajajajaja

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