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El Rato de hacer de vientre

(Cuentito corto para lo que dura una deyección).

Erase una vez un individuo de pene minúsculo (como puedo dar fe por haber tenido la mala suerte de distinguírselo mientras compartíamos vestuario en el gimnasio Reebook Sport Club de la calle Serrano) que era el prototipo de delincuente peligrosísimo. Un terrorista en potencia de la más aborrecible especie y un miserable demonio estafador, con aires napoleónicos, que bien merecía una generosa dosis de la más angustiosa tortura.

Este maleante, que cometía sus fechorías disfrazado con un traje caro y del que emanaba un delicado perfume muy suntuoso incapaz de tapar el hediondo tufo que emitía su alma, era un traidor a su patria porque utilizaba un cargo público desde el que cometer sus fechorías y organizar el saqueo. Pero no actuaba solo, sino que estaba amparado por un sinfín de despreciables sinvergüenzas de su misma condición, enmascarados bajo el mismo uniforme de etiqueta con el que se ocultaban entre las sombras para poder robar su dinero a miles de pequeños ahorradores, jubilados y gente humilde con poca preparación. La falta de misericordia de este pobre ser despreciable y perverso putero, le impedía calibrar el sacrificio por el que debían haber pasado todas esas pobres víctimas inocentes a las que había dejado en la miseria para que él pudiera disfrutar de sus noches desenfrenadas con prostitución del más alto nivel, de sus viajes, de sus compras de joyería, de sus mariscadas y de todo tipo de lujos injustificables.

Una gigantesca mierda de vaca recién depositada y muy apestosa, era lo más parecido que tenía aquel ser en el interior de su pecho a modo de corazón. De hecho, las palabras embusteras, salían de su impostora boca acompañadas de un nauseabundo aliento, propio del mismísimo Satanás personificado. Los enredos y artificios que usaba este embaucador, siempre estaban respaldados por sus encubridores, gentuza del gobierno y secuaces que le ayudaban con su sigiloso encubrimiento. Tal es así, que incluso un ministro del gobierno, amigo suyo y cómplice, impulsó una ley por la que a través de una amnistía fiscal, el protagonista de este cuento podía blanquear todo ese botín acumulado en años y años de ratería y violación.

Ocurrió que un día de 2015, el enorme pene de la justicia de tamaño descomunal, enfocó la mirada de cíclope de un solo ojo hacia su culo pecador y mágicamente, se le bajaron los pantalones sin que él pudiera evitarlo, cayéndosele unas extrañas tarjetas negras desgastadas de tanto uso que llevaba en el bolsillo. El criminal quería correr pero no podía porque tenía los pantalones por los tobillos y el falo acusador cada vez estaba más cerca. De repente, comenzó a escuchar al oído los gritos de todos aquellos ancianos a los que había desvalijado de manera tan inmoral y sin quererlo, la punta gigantesca de aquel enorme rabo acertó a encajarse en su estrecho culo de mandril salvaje. Se escuchó un crujir, como el de la masticación de un ladrillo, y después llegó el desgarro. -¡No llores querido amigo que enseguida te salvamos!- decían sus compinches mientras a toda prisa escondían sus tajadas del botín. Los culos de todos estaban tan apretados como los ojos de un niño preso del miedo y escondido bajo las sábanas.

Ahora viene lo curioso, porque este cuento, como a muchos les gusta por su voto, acaba con el delincuente en su casa, comiendo langostinos recién traídos de la lonja Onubense. El culo un poco rojo, eso sí, pero nada, sin importancia. No hay desgarro que el dinero no pueda curar ni fiscal que se resista a los placeres de ese poder que otorga el infierno.

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