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Animal no, anipeor

La indecencia, una gran desconocida por ser trinchera oscura de sus practicantes, que operan a la sombra del dinero armados de mentiras hasta los dientes. Política, narcotráfico, prostitución; estos son los tres groseros sectores con olor a indignidad donde el respeto solo es un recuerdo de infancia. En estas tres parcelas de abundancia desmedida y bichos anidados, siempre deben de coexistir la desvergüenza y el miedo para que su fertilidad se torne beneficiosa para esos pocos en lo más alto de la pirámide. Por un lado corbatas de seda, marcas distinguidas bordadas en cada esquina de tejido, metales preciosos y piel de animal forrando billetes. Sonrisas entrenadas. Miradas desafiantes y dedos intimidadores, tanto índices como anulares. Por otro lado, el más numeroso, la tristeza como uniforme cotidiano de quienes, siempre complacientes, despejan de dudas el camino de los corruptos y se colocan delante para recibir el tiro. La necesidad económica, el conformismo por la cercanía con el poder, la seguridad de formar una miserable parte de la manada que más consigue,...eso es lo que hace que los unos se inclinen para que los otros puedan lustrar la suela de su zapato en sus espaldas. Y ahí están, los pequeños camellos de barrio, las prostitutas murciélagas de eterna noche, muchos afiliados políticos (ciegos, aunque sí vean). Todos calladamente sumisos cubriendo espaldas, con los ojos bien abiertos a su pequeño pedazo de pan y al caviar de sus barones. Y ahí están, las tarjetas negras, las papelinas grises y las corridas blancas. La indecencia disfrazada de etiqueta huele mal por más flores que la fortifiquen.

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