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Ratas y ratones


Me he internado hasta donde me permite el espanto, con un palo largo, para ir ahuyentando a las alimañas que anidan a cientos en estas lúgubres cavernas. Pero no puedo impedir, como espeleólogo que gusto de investigar la fauna putrefacta de las oscuridades más barriobajeras, recibir picaduras de diagnostico leve en forma de impuestos que chupan mi cuenta. Aún así, continúo adentrándome en las tinieblas de esta gruta infectada de tragones carroñeros de libertad y de dinero. La última mordedura, que me ha inflamado ligeramente la zona perianal, me la ha producido un forzado impuesto al que tengo que hacer frente si quiero mantener mi finca vigorosa y sin plagas en los árboles. Son solo cuarenta euros, pero multiplicadlos por millones de propietarios de tierra rústica y se amontonará una ingente cantidad de dinero público con el que se satisfacer a los cientos de parásitos que infectan los escaños de las más altas esferas de la gruta y que son, al parecer, la cúspide de la cadena alimenticia. De modo que tengo que moverme con precaución si no quiero caer en alguna de las muchas trampas en forma de sanciones que están preparadas para quienes convivimos con sabandijas.

En mi descenso a los infiernos, he encontrado especies de lo más asombroso, ejemplares de humano que harían enloquecer al mismísimo Charles Darwin. Y al igual que el famoso naturalista inglés, estoy descubriendo que existen coincidencias asombrosas que estimulan mucho mis estudios sobre la evolución y la selección natural de las especies. He descubierto que ejemplares del mismo género, se reproducen y progresan si el entorno es lo suficientemente señorial, lo que los científicos llamamos "una puta mierda para el progreso de la civilización." (Si no entendéis algo hacédmelo saber y os lo explico todo de nuevo).

Pues bien, en mi última exploración en esta cueva de nombre España, he descubierto similitudes admirables entre dos diferentes clases de inmundicias orgánicas que comparten semejanzas extraordinarias. Se trata de dos seres vivos cuyos nombres científicos son Pequeñuelus Nicolansis y Javieruminus de la Rosae, familiarmente denominados por quienes no tenéis un doctorado en excrementos e inmundicia Pequeño Nicolás y Javier de la Rosa.

Como todos los parásitos de su especie, estas dos chinches, suelen presentar el mismo caparazón, basado en un traje del Corte Inglés y zapatos castellanos, similitudes que curiosamente comparten la casi totalidad de los insectos repugnantes que conviven en la cueva. Es precisamente esa cubierta la que atrae, por medio de extrañas feromonas, la atención de otros seres más sensibles que, al acercarse hasta una distancia letal, son desposeídos de sus ahorros y acaban muriendo de miseria bajo sus insaciables tragaderas.

Es fácil observar en la foto adjunta, el parecido razonable de los dos ejemplares. National Geographic ya les fotografió compartiendo sofá y mesa. Se puede concluir que se trata de una misma cepa por el color de sus ojos, por el engominado de sus cabellos a base de resinas inalterables o por la complexión de sus caras. Personalmente afirmo que son padre e hijo, y podría llegar más lejos al aseverar que, debido a una proliferación de su parasitaria genética, su linaje puede haberse prolongado más allá de lo conocido. Obsérvese buscando en Google, el color de ojos de las pequeñas infantitas y compárense el tono azulado con el del espécimen Nicolás. Según mis investigaciones, ¿sería posible que el bichito Doñaum Leticiansis se hubiera apareado como las esporas tan solo por aproximación? No se, debo perseverar en mis estudios.

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