Yo te invito
Como siempre, bajo una contraprestación económica obligada y que se ha convertido en lo habitual para cada movimiento que uno hace, la Junta de Castilla y León, está impartiendo un curso dirigido a los agricultores y ganaderos de las zonas rurales. Su fin es prevenir y educar en el uso de los productos fitosanitarios, lo cual es una buena idea porque hasta hace nada, cualquiera podía envenenar su tierra y todo el entorno con cualquiera de los múltiples venenos tóxicos que se vendían sin ningún tipo de control. Ahora, para fumigar un solo árbol o curar con herbicida un terreno, se necesitará un carnet que es el que este curso va a aportar a todos los que asistamos, prácticamente la totalidad de los hombres del pueblo. Yo no soy partidario del envenenamiento, pero no está de más tener ese permiso sin el cual, rociar un solo cerezo infectado de pulgón sin la posesión de dicho carnet, tiene una sanción de 3000 euros. Pero este es un tema del que ya os daré más detalles en su momento.
La cosa es que cuando hace diez años aterricé por aquí, conocí enseguida a mi vecino más cercano, del que no puedo revelar el nombre para preservar su intimidad. En aquel momento y por su aspecto, pensé que a ese hombre no podía quedarle más de una semana de vida. Estaba equivocado. Todos los días le llevo y le traigo hasta el aula donde se imparten los estudios porque él no conduce, y mientras oigo sin escuchar la profundidad de su voz rellenando el habitáculo del coche, me pregunto si no debiera la ciencia, el National Geographic, la universidad de Harvard o el Instituto Nacional para la Resurrección del Alma venir a estudiar el extraño caso de este hombre inmortal.
Ese individuo no come, ni bebe agua. Este personaje solo trabaja durísimo, fuma Ducados y bebe vino, muchísimo vino. Su piel, lo más parecido a la corteza de un árbol centenario, es una peladura de años que básicamente recubre un esqueleto de eterna sonrisa y positividad condensada.
Normalmente, a la salida del curso, le fuerzo a marcharnos directamente a casa porque yo cada día soy menos de alternar pero ayer, su desdentada simpatía y mi tolerante educación, se unieron en la barra del Bar La Plaza.
Aunque ya la había oido de otras veces, de nuevo ayer me contó su vida, una existencia en la que las eyaculaciones, el vino y los cubatas, han sido el vehículo que le ha conducido confortablemente feliz hasta los setenta y tres años que muestra orgulloso.
Cuando le doy palmaditas en la espalda, como quien toca a un semidiós, para tratar de zafarme de sus garras y volver a mi casa a centrar mi cabeza en las cosas del arte, es como si palpara la estructura de madera de un armario victoriano, y cada vez estoy más seguro de que ese hombre no alberga casquería en su interior. Se trata solo de un chasis enfundado en piel, o por decirlo de otra manera, de un alma revestida de júbilo.
Es difícil decir que no a la supervivencia convertida en hombre, por más que quiera uno marcharse a su casa para descansar, como todos los humanos, pero él siempre tiene una frase perfecta para lanzarla certeramente con su sonrisa y acertar en la diana de nuestras excusas; YO TE INVITO.