Mi socio
Tenía el despertador a las 08,00, y aunque por acostarme tarde anoche casi se me licua el cerebro del sueño, he tenido que levantarme a las 07,19. ¿Por qué?
Pues por culpa del código Morse.
Yo creo que debe ser una reencarnación del operador de radio del Titanic, pero hay un pajarillo de colores azules y amarillos que todos los días, en cuanto amanece, se pone a golpear el cristal de la habitación con su pequeño pico de hijo puta, con golpecitos breves, matemáticamente medidos para desquiciar mi curiosidad, incesantemente terco.
Además tiene un método infalible para conseguir su objetivo de aniquilar mi descanso. Se trata de silenciar el envío de sus mensajes cifrados durante los minutos en los que me da tiempo a conciliar de nuevo el sueño para después, sacarme de ellos casi por cesárea, una y otra vez.
Voy a compartir con vosotros lo que me ha dicho ésta mañana: tic, tic tic tic, tic tic tic tic tic, tic tic, tic, tic tic tic tic tic, tic tic tic tic.
He pensado poner una silueta de un gato pegada en la ventana o de un ave rapaz, para evitar que se acerque, pero al final, solo hay dos maneras de evitar sus crónicas a través de mi cristal. Inyectarle en la cabeza un perdigón del 4,5 y luego quebrantarle con la suela de mi zapatilla de andar por casa, hasta que su silueta quede tan plana como un dibujo en el suelo. O intentar entender lo que dice. porque es posible, solo posible, que esté tratando de afianzar en mí la idea de que madrugando el día tiene más horas y que solo con el sacrificio, los objetivos se cumplen y los sueños se desatan en realidades.
Por eso me voy ahora mismo al taller, para sacar adelante el proyecto con el que os quiero sorprender próximamente. Ese día, cuando cuelgue las fotos de mi nueva creación, no habré sido yo el artífice, sino un pajarito hijoputa de color azul y amarillo.