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Elecciones libres

Se casaron felices pensando que se conocían.

Él destapó lo peor de sí mismo y pronto comenzaron las palizas.

Ella sangraba muchísimo algunos días, pero después, la sonrisa de él y las mentiras, ponían en ella ese granito de esperanza que situaba a los dos en la casilla de salida, como si nada hubiera ocurrido.

De nuevo los hematomas y las lágrimas germinaron en la cara de ella y de nuevo, la sonrisa de él, lograba el olvido. Así siempre.

¡Denuncia el maltrato! oía ella en los anuncios. Pero no quería, o no podía. El miedo a una vida mejor le paralizaba. El terror de la sumisión se tatuó en ella.

Así fue como, una vez más, el maltratador se convirtió en invulnerable. El día de las elecciones andaluzas, ella volvió a votarle. Ambos se fueron a casa cogidos de la mano, esperando pronto una nueva paliza, siempre para ella.

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