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Asco

Me doy asco, lo reconozco. O como mínimo me doy la parte de asco correspondiente, como elemento de esta "sociedad civilizada" a la que pertenezco. Ayer compré dos lámparas en Ikea y pagué el precio al que se ofertan, el que a mi bolsillo le pareció más viable para adquirirlas; 11,99 euros en total. Y las compré con la misma conciencia de quién al comer un pedazo de carne, sabe que va a masticar un músculo que pertenecía a un ser vivo y que ha debido ser sacrificado para su mercadeo. Con esa misma sensación de carnívoro, atravesé la línea de cajas mientras reflexionaba sobre lo siguiente; Si el presidente de Ikea es millonario, vendiendo a estos precios, y paga además los sueldos de sus operarios, los transportistas, la publicidad, los impuestos, el espacio inmobiliario, la luz, el agua, los aranceles, las tasas aduaneras, el gasoil de barco, los seguros, las materias primas...entonces, el precio de la lámpara, en cuanto a su manipulado y producción, es verdaderamente inexistente, teniendo en cuenta que tan solo el cable y su correspondiente enchufe, casi valen ese precio en el mercado ferretero nacional. De modo, que en algún lugar remoto del mundo conocido, en cualquier aldea o factoría cegada a los ojos de la humanidad, en cualquier sitio de nombre impronunciable, alguien está siendo explotado y vendiendo sus horas a precio de vida. Es posible que los pequeños dedos de un niño malnutrido, hayan manipulado el interruptor que ahora yo, corrupto des imputado, voy a pulsar para generar una luz que ellos jamás verán en su existencia. Es posible que ahora, ya secas, las lágrimas de algún semejante hayan desaparecido de la caja de cartón que embalaban las lámparas, se hayan vuelto invisibles, del mismo modo que tengo que hacer invisible en mi conciencia esa sensación de no estar pecando para poder encenderlas. Qué culpa tengo de haber nacido en el infierno y más exactamente en la parte del infierno donde se disfruta del aire acondicionado. Qué culpa tengo de que Dios esté tan ocupado en otros lugares del universo, que permite a mis manos coger de las estanterías de un mercado estos pecados a la venta. Qué culpa tiene él, que nació en la parte más acalorada del averno, donde el único refrigerante líquido son las lágrimas. Qué culpa tiene el otro, que en este mismo instante está pagando parte de la cuenta de un lujoso restaurante con el dinero que acabo de poner en su caja para darle luz a mi alma vendida.

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