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EL OFICIO DE MENTIROSO

Mi mujer dice que cuando miento se me pone boca de pato. Afortunadamente este hándicap gestual me mantiene anclado a la más solida fidelidad. No podría engañarla porque me pillaría de inmediato, y nos haríamos daño. Es por eso que le he pedido su consentimiento para poder yacer con otra mujer, y me lo ha dado, pero con una condición; que ella no se entere. Por eso de una manera u otra pasan los años, y mientras navegamos en una resistente embarcación que ambos bautizamos con el nombre de Felicidad, hace ya diecisiete años, veo que mis deseos sexuales para con otros especímenes no van a poder hacerse realidad. También veo que no pasa nada si no los consumo, salvo por esa pequeña mortificación que me recorre el cuerpo cuando veo tan cerca esos cuerpos femeninos que destapa el verano. Gracias a Dios que tenemos encima el invierno, y mis ojos no pueden atravesar la ropa de abrigo (aunque sí mi imaginación...) Esto viene al caso porque me maravilla la capacidad para mentir que tienen algunas personas, en particular esos políticos a los que no se les mueve ni una ceja mientras son capaces de falsear la verdad con absoluta convicción frente a millones de telespectadores. Ese convencimiento y su confianza, la solidez y la firmeza en sus mentiras con que se presentan estos embaucadores, me fascina. Es asombroso cómo disfrazan la sinceridad y cómo consiguen fingir una honestidad que finalmente acaba encerrada con ellos entre los barrotes de cualquier centro penitenciario. Y lo que más me deja pasmado, es que después de los indicios de inmoralidad que apuntan a ciertos profesionales de la ocultación que consiguen salir indemnes de sus fechorías por prescripciones o artimañas del derecho, aún existen ciudadanos que depositan en una urna su voto con el nombre de cualquiera de estos farsantes. Son tan buenos cuentistas, tan seductores, que aún después de imputaciones judiciales o tras haber sido investigados por evidentes irregularidades en su decencia, todavía obtienen miles de votos de ciudadanos que ponen su propio futuro a disposición de estos impostores o de sus partidos. Una persona inmoral que ha sucumbido a los demonios de la corrupción perdiendo con ello la vergüenza, ofrece la misma confianza que un tanque atravesando un puente de palillos. En fin, si yo fuera la mujer de cualquiera de estos expertos pícaros, estaría muy atenta cuando en la intimidad de sus hogares se dialogue sobre la robustez de sus matrimonios. Sería observadora al más mínimo movimiento de cejas o a cualquier mueca o señal. Tengan en cuenta estas señoras, que cuando sus maridos dicen que se van de cacerías de negocio, no son solo caza menor las piezas que se cobran en esas batidas. Pero puede que ellas ya lo sepan, y lo consientan, mientras van de compras en vehículos de la marca Jaguar de inexplicable procedencia.

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