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Tres rombos

Hace años que no se compra bragas. Sujetador sí que usa, porque esos nuevos diseños de Victoria's Secret, realzan más aún la natural tersura de esos pechos convertidos en un imán de la imaginación, tanto de hombres como de mujeres. Es imposible no descansar la mirada en ese escote fronterizo que separa sus mamas, del todo voluptuosas, en el que mi retina opera como uno de esos termómetros a distancia, tomándole prestado su calor para mi archivo de fantasías por consumar.

Esta mañana coincidimos en el ascensor. Ella olía a un sutil jabón con pinceladas de chocolate. Yo percibía como esa vaporosa fragancia inundaba mi deseo. De entre sus piernas, o a mi ardor se lo parecía, se escapaba una parte evaporada de ella misma que llenaba la cabina. Yo inhalaba profundamente y en silencio, intentando que no se apreciara, pero recorriéndola entera por dentro; nasal y caninamente. Ningún desayuno podía ser más deleitable que los efluvios de su porosidad. Yo moría por lamerla entera, y sin embargo mi cara, solo mostraba esa estúpida sonrisa ligera de quien anhela un imposible.

De repente el ascensor se detuvo con un golpe seco. Se apagaron las luces. Yo seguía viéndola con claridad a través de su aroma. Los dos guardábamos silencio como para intentar escuchar fuera. Fue entonces cuando ocurrió el milagro. Sentí como sus dos manos cogían la mía y me dejé llevar, con sumisión, sin la más mínima resistencia. Ella dirigió mi mano con decisión hacia su entrepierna y me lo dijo, susurrándome al oído (por eso lo sé) - hace años que no uso, no me las compro...- Mis dedos notaron sus treinta y seis grados y medio de temperatura bastantes centímetros antes de haberla tocado. En el preciso instante en que contacté con su piel, me sujetó la cabeza por detrás y se aseguró de inmovilizarme contra su boca, recorriéndome los labios con la humedad de su lengua mentolada con Signal. Yo abrí la mía para permitir que ambos apéndices se fundieran en uno, aglutinados por el fluido más placentero que pueda manar de la pasión. Sentía claramente la rigidez de sus pezones a través de mi camisa de seda y no me cabe duda de que ella percibía lo mismo con mi embravecida erección. La oscuridad total del pequeño habitáculo amplificaba la excitación como en un sueño. Aquella caja embutida de jadeos ya solo podía convertirse en la cuadratura del éxtasis. Fue entonces cuando se desencadenaron los hechos por los que finalmente acabamos ambos en comisaría.

(Pero contar eso me llevaría un rato del que ahora no dispongo. Si queréis mañana os digo como termina, siempre y cuando se haya compartido al menos tres veces y obtenga 30 me gustas. jajajaja, de alguna manera tengo que cobrar por exprimirme.)

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