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Dos rombos

No debería contaros esto. Es algo tan personal que quizás, a partir de hoy, mi mujer cocine las comidas sosas a sabiendas de lo que me gustan sabrosas, solo como represalia. Pero es Septiembre, y lunes, y me he preguntado si no sería bueno empezar la nueva temporada con un gran secreto, algo que os hiciera olvidar que ya no estáis de vacaciones y que la próxima libertad condicional será nada menos que en navidades. Violar un secreto sexual y hacerlo público cercena de raíz el tabú que lo protegía. El poder que supone poder tronchar ese precepto, hace que me crezca, como si de repente fuera yo a cambiar las reglas de ese juego social que nos impide realizar determinadas conductas amatorias, esas que provocan tal placer que no pueden ni contarse, y que sin embargo, todos en mayor o menor medida practicamos en nuestras camas, o como mínimo forman parte de nuestras fantasías sexuales y nos llevaremos a la tumba si no ponemos el mejor de los remedios; llevarlas a la práctica. Lo que no debería contaros es un bote con palabras en conserva, cerrado al vacío, sin caducidad. Es un secreto guardado como el fósil de un glaciar, que solo verá la luz si el deshielo del atrevimiento lo destapa. Son cosas de tal nivel erótico que casi llegaron a encenderse espontáneamente unas velas que tenemos sobre las mesillas. El verbo jadear tendría más cabida en un cuento infantil porque aquellos actos que hicieron estremecerse a las paredes, son impronunciables o no tienen aún palabra que los defina. Y el caso es que todo comenzó a raíz de una conversación sobre los famosos higos de Poyales del Hoyo, pero de verdad, no debería contaros esto. Perdonadme.

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