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La enfermedad

La primera víctima fue Emilio Botín, el multimillonario presidente del Banco de Santander, y enseguida, como es lo propio en una epidemia, el presidente del banco de Sabadell, el presidente del Corte Inglés y otros mandatarios cuya existencia solo se basaba en el amontonamiento económico, comenzaron a morir o a sufrir inexplicables infortunios en sus acomodadas vidas. Los científicos, hasta aquel momento en riesgo de extinción por falta de ayudas, fueron inmediata y adecuadamente provistos de todo cuanto necesitaron para atajar este misterioso contagio. La enfermedad se llamó Economiquisis, por afectar exclusivamente a multimillonarios. Los síntomas no existían, pues el desarreglo era inmediato y se manifestaba de cualquier manera imaginable; infartos, insuficiencias respiratorias, accidentes cerebros vasculares, lesiones, percances o desventuras de cualquier tipo imaginable y siempre de extrema gravedad. Finalmente se hizo saber por la comunidad científica, que para esta plaga no existía cura alguna y que la única manera de evitar caer en desgracia, era deshacerse inmediatamente de todas esas inmensas cantidades de dinero que eran las causantes de aquel mal. De modo que todos los ricos, muy a su pesar, comenzaron a regalar rápidamente sus fortunas a los pobres e inmediatamente, el número de víctimas de los que tanto dinero tenían, comenzó a descender. Entonces la tragedia se centró en los antiguos pobres, que ahora, morían a decenas dentro de sus vehículos deportivos de lujo o mientras se gastaban millones de euros sin ningún control. Un día, cuando ya no quedaban pobres contagiados de riqueza ni antiguos ricos, paseaba con mi perro por un camino cercano a mi casa. Entonces un hombre me saludó desde lejos con la mano mientras secaba el sudor de su frente, haciendo un descanso en su pequeño huerto. Me acerqué a saludarle ya que era vecino y vi su sonrisa brillar. Parecía estar cultivando satisfacción, porque era lo que a primera vista mejor florecía en ese pequeño espacio de tierra. Llevaba unas alpargatas bastante desgastadas y en sus manos se apreciaban las huellas de largas jornadas de trabajo. Aquel hombre se ofreció a invitarme a un trago de vino de su propia cosecha. Y allí, bajo un pequeño techo de paja de una caseta de aperos, me contó como había conseguido salvar su vida y como ésta se había vuelto tan intensamente verdadera. -Yo me llamo Josechu- le dije cuando la confianza se había materializado en sinceras miradas.- Yo soy Amancio Ortega, expresidente de Zara, pero aquí todos me llaman Manci.-

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