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EL DIA QUE ME COMÍ UN AUTOBUS. (Basado en hechos reales)

Yo de pequeño bebía bastante. Es decir, cuando tenía dieciocho, y después más. Y en aquellos tiempos no había prohibición por circular sin cinturón de seguridad, ni sin el casco en la moto, ni a doscientos por la Castellana, ni tomado (como dicen los Ecuatorianos)...eran tiempos locos de los que salí vivo. Por eso puedo contarlo, milagrosamente. Siempre me ha encantado conducir y, cosas de la juventud, aquel día, después de un sin fin de bebidas mezcladas que incluian un mucho de todo, creí que nada podía pararme. Así que por una de esas calles estrechas cercanas a la Plaza de Castilla, mientras entonaba a gritos una bonita canción creyéndome el mismísimo Caruso, me empecé a aburrir porque había un poco de trafico lento y necesitaba aire. Así que abrí el techo solar de mi Ford Escort y me decidí a conducir sentado arriba. Y así lo hice.

Me salí del coche en marcha, dejando la primera velocidad metida y sin dejar de cantar. Y a la velocidad del ralentí, me senté en el tejado sujetándome firmemente a los lados y puse los pies en el volante, !qué sensación como de tener chofér!... pero manejé demasiado poco tiempo mientras cantaba al cielo bajo el asombro de los viandantes, a los que yo sonreía con mis ojos rojos desde lo alto de un coche vacío. Entonces aquel señor, señaló algo delante de mí y yo le saludé amablemente con mi eterna sonrisa, y le dí unas gracias perfectamente entonadas en clave de sol. Él no sonreía, lo que me pareció raro dada mi amable mirada. Fué entonces cuando vi aquel autobus estorbando mi trayectoria, perfectamente parado. Y se me quitó la sonrisa mientras bajaba a toda velocidad del techo.

Con toda la fuerza que pude y por un error de centímetros, apreté hasta el fondo el acelerador esperando frenar, craso error. Aceleré de cero a gran hostia en tres segundos, lo justo para que lo siguiente que vieran mis ojos confundidos fuera humo, el capó del coche con la forma de la cordillera de Gredos y la mirada asombrada de quienes iban sentados en la última fila del autobús. Y todo se paró. Yo salí del coche pensando en una excusa que no me salía. Pero la alegría fue mayúscula cuando ví que el autobus no tenía ni un rasguño, cabrón de hierro...! y como pude, le explique al conductor que me había despistado mirando algo en la guantera. No sé si me creyó dado mi aliento, pero en fin, como a él no le había pasado nada me abandonó a mi suerte y hasta le dí la mano mientras el viandante que había sido el gran testigo, movía la cabeza negando sin parar desde la acera. Claro, que en aquel entonces tampoco se ponían en las bebidas esos avisos de consumo responsable.

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