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Sensibilidad

Porque soy bueno, creo que voy a instalarme la mira telescópica de una escopeta en el antebrazo. Así, cuando tenga delante algún semejante que necesite ayuda, no le haré sufrir propinándole demasiados guantazos en la cara, sino que a la primera hostia bien apuntada, le habré curado instantáneamente de su tontería.

En general es tolerable casi cualquier comportamiento humano. De hecho, aunque insulten a mi madre o me llamen perezoso, suelo digerirlo aceptablemente, sin explosividad. Pero la imbecilidad supina, esa que manifiestan algunos conductores y que pone en riesgo mi vida o la de otros, me es del todo insoportable. En esos casos, una inyección de adrenalina se me suministra instantáneamente por vía espiritual, y ya no temo a la muerte. Es en esos momentos, cuando circulo a ciento veinte kilómetros por hora y me persigue de cerca la estupidez personificada, cuando solo me impide originar el gran cataclismo la presencia en el lugar del copiloto de mi gran amor, mi venerada pareja, alguien tan inocente que no tiene porque sufrir las graves heridas a las que yo ya estoy dispuesto.

Veamos. En una autopista de dos inmensos carriles que está prácticamente vacía, yo circulo a la velocidad máxima permitida por el carril derecho. A lo lejos y detrás de mí, se aproxima un vehículo a mucha más velocidad por el mismo carril. Pues bien, aunque la carretera esté vacía, ese anormal no inicia el adelantamiento hasta estar prácticamente engomado a mi culo, lo que hace que las esquinas de nuestros vehículos, cuando él por fin hace su giro brusco para adelantarme, estén separadas durante un instante por unos pocos centímetros.

¿Es que no puede iniciar el adelantamiento cien metros más atrás? ¿Es que se ha creído que yo soy una valla de hípica que hay que saltar en el último segundo?

Esto lo tengo que padecer en infinidad de ocasiones, y no entiendo el porqué de este martirio. Comprendo que algunos pensareis que sufro de monomanía con esto de la distancia de seguridad, pero es algo que me pasa incluso estando amistosamente hablando con alguien. El otro día un alcalde de pueblo con el que conversaba amigablemente en materia de arte, se me acercaba tanto a la cara que parecía ahogarme con su ácido aliento, y bastante esfuerzo tuve que hacer para retenerme y no fragmentarle la nariz de un cabezazo. Sin embargo, acabamos nuestra amigable conversación entre sonrisas porque no existía velocidad de por medio.

Solo le pido a Dios que conceda a estos sujetos conductores su innegable deseo de ser eliminados cuanto antes, para que sus atropellos se vean recompensados pronto con el gozo de la vida eterna. Que su desaparición urgente impida el cruce de nuestras neuronas en los viajes por carretera y así, puedan ellos explayar su mala educación en el infinito cielo, junto a los santos Pedro y Juan, los benditos apóstoles Mateo y Lucas, todas las vírgenes del universo y el Espíritu Santo disfrazado de blanca paloma. Por Jesucristo nuestro señor, que Dios les tenga pronto en su gloria. Amén

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