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Disculpad


Espero que podáis disculparme por no hacer últimamente acto de presencia en esta perpetua fiesta que es Facebook. Estoy como fragmentado de la sociedad, lejano, francamente incómodo entre una humanidad basada en la maldad o en la locura, o en ambas. Pero mantengo intacto mi sentido del humor y del amor, gracias a Dios, como puede atestiguar la nueva apariencia que he dado a mi cara, la cual creo que acentúa mi libertad y unifica como un reflejo dos apariencias distintas pero irremediablemente enlazadas; la sensatez y el desequilibrio.

Como a un grifo con encéfalo, me resulta insufrible evacuar mis frutos sobre la bañera que es el mundo del arte, tan espaciosa que jamás termina de llenarse porque mi producción se evapora antes, al calor de los desastrosos sucesos que se ciernen sobre la inteligencia humana.

Asombrado por el tsunami de humanidad que se adentra en tierras extranjeras cargado de niños esquivando guerras, la incomprensión atasca las arterias de mi alma. Porque estos conflictos no se quieren detener. Están subordinados al más repugnante beneficio económico obtenido por satánicos mandatarios, elegantemente vestidos, que lucen sonrisas de omnipotencia en sus despiadadas caras. La venta de armamento y de petróleo que alimenta esas hambrientas cuentas abiertas como codiciosas bocas salvajes en paraísos fiscales, jamás se detiene. Su delirio les obliga a amontonar ceros con los que nutrir su ambición, aunque esos números ahoguen a semejantes que podrían ser su familia hasta convertirlos en una insignificante montaña de cadáveres. No les importa el llanto ni el sufrimiento ajeno producto de su gobierno, porque suenan tan lejanos esos ecos, que no alcanzan el mullido cuero de los asientos en los que aposentan sus infaustos culos.

Pero todo eso no importa, porque no duele, del mismo modo que a un toro no le atormenta que le ensarten con una lanza o le quemen los ojos con gotas de fuego, ya que en definitiva, todo lo malo que pueda pasar en la vida a consecuencia de una inteligencia arrinconada, tiene su explicación lógica y repetida hasta el convencimiento; es una tradición.

En fin, sigamos con nuestras vidas y sumad besos a vuestras cuentas. Es tradicional besarse y nada se mancha de sangre.

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