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La cocina

"¡Si mi madre de ochenta años puede recoger su cocina yo también puedo!" Ese es el pensamiento que me he remachado en la cabeza con la firmeza de un tornillo del Titanic.

He respirado cuatro veces, muy profundamente, y como no tengo vecinos, he desatado un alarido que bien podría asustar a un hipopótamo macho, lo normal para quién se va a jugar la vida en una lucha encarnizada con microorganismos.

Al principio todo han sido sombras y miedo, incluso mis manos parecían repeler el estropajo como el polo negativo de un imán contra un polo positivo, y cantaba bailando para no tener que atacar, mirando de reojo la parte verde de scottex, pensando, reflexionando cual votante,... pero al final he sacado fuerzas de flaqueza y la bayeta ha llegado a mi mano, sumisa, casi pidiendo que la maltratara contra la mesa del comedor. Así ha comenzado nuestra relación que ha derivado en una orgía a la que se ha unido el Fairy, el KH7, un producto chino que huele a pino, el cepillo y la fregona que, todo hay que decirlo, es una guarrilla muy satisfactoria.

Ahora el cajón de los cubiertos luce inmaculado, cuajado de cubiertos casi vírgenes, dispuestos a ser desflorados. Los platos están exaltados y desde las estanterías los oigo gritar "¡ensúciame cabrón, queremos tu grasa!" Pero tienen que esperar porque uno no es de piedra y el sexo me deja agotado. Esta noche les daré lo suyo.

(En la foto una cocina como la mía, con sillas y eso)

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