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Una aventura lésbica

"Detrás de un minuto siempre hay un segundo, por más que le pese a la siguiente hora". Esta es la reflexión en la que se enfrascó la naturaleza tras la primera milésima después del Big Bang. En aquellos tiempos no existían humanos, de modo que todo era luz y fuego, y como el tiempo es inexorable y las relaciones son continentes elevados sobre el gran cimiento de los siglos, un día la naturaleza conoció a una tal atmósfera de la que se enamoró perdidamente. Era tal la magia de su proximidad, que se fundieron en un solo cuerpo como las dos partes de una concha, remachándose entre ellas con la fortaleza del Titanic, favoreciéndose a la deriva del universo mientras el amor sonaba.

Después llegó el hombre, tan machista que se quiso unir al trío por la fuerza. La envidia del mortal con sus ojos inyectados de codicia, rompió un deleite de milenios al intentar esa inmortalidad que pretendía y consiguió separarlas, dejando un vacio que nadie podía llenar salvo ellas, porque no existían otras que mejor envejecieran el semblante del planeta.

Y así fue como aquel sexo puro entre diosas se tornó misterio oscuro, tan tenebroso, que el humo lo cubrió todo y la avaricia envolvió la tierra.

Un día, cuando nadie lo esperaba y el exquisito gemir de las dos todopoderosas era solo una nostalgia del pasado, la herrumbre envolvió la vida. El hombre quiso volver a sentir confianza verdadera pero ya era muy tarde. Aquellas lésbicas de cantar hipnótico se alejaban entre los vacios de un cielo abierto, tan grande como el océano de lágrimas en que se convirtió la espesa pena sembrada en el futuro.

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