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Qué ironía

Los pobres lo son a propósito. Es una cuestión de gustos. Por eso en España hay millones de ellos, dándose la seductora vida que proporciona esa libertad de la que gozan los que no tienen nada.

No es por estar necesitados, porque realmente para sobrevivir, un ser humano solo necesita ingerir algo de alimento y descansar en cualquier lugar y para eso, la sociedad pone a su disposición una infinidad de bancos gratuitos de alimentos y otra infinidad de bancos comodísimos en parques y jardines. Lo que ocurre es que los pobres no quieren someterse a la triste responsabilidad que implica tener un trabajo.

Ser esclavo de un horario es algo terrible, siempre pendiente uno de la hora. Los que tienen un trabajo, o dos, tienen que ducharse a diario, antes de personarse con la exactitud del sol naciente ante su puesto de trabajo. Y esto es malísimo porque lo de lavarse tanto, no solo implica un desgaste en la flora epidérmica perjudicando a la piel, sino que existe la obligación de comprar asiduamente los productos de higiene y guardar colas en supermercados. Además hay que vestirse con ropa limpia, al menos los calzoncillos en el caso de los pobres macho, lo que ocasiona disponer de ropa de absurdas modas y degradar el medio ambiente en su proceso de lavado, teniendo además que plancharla y colgarla de los armarios, con el gasto en perchas que ello conlleva. Después hay que desayunar, lo cual significa tener alimentos en la nevera (con lo molesto que resulta ir a la compra). Más tarde, y siempre bajo la presión de un horario restringido, hay que desplazarse hasta el lugar de trabajo. Esto es terrible porque quien disponga para ello de un BMW por ejemplo, tiene que ocuparse de pagar sus seguros, mantenerlo limpio por dentro y por fuera, tener que hacer colas para abastecerlo de gasolina, pagar seguros e impuestos, aguantar atascos y multas, tener un lugar apropiado para su aparcamiento, y un larguísimo etcétera.

Cualquier trabajo es un coñazo, por eso no hablaré de ninguno en particular, pero tener uno entraña disponer de vacaciones, lo cual es la peor de las pesadillas en cuestión de organización y gastos de todo tipo además de jugarte la vida en la selva salvaje que es este mundo. Un pobre no tiene estos problemas porque está cómodo en su esquina, exento de la obligación de divertirse. Además, esos empachos de comidas de la gente " protegida ", son absolutamente inadecuados porque obligan a la siesta y dilatan la piel de la barriga hasta la sensación de preñado. El pobre se divierte buscando comida en los cubos de la basura porque además de la enorme variedad de la que goza su alimentación, se regocija en el placer de la permanente sorpresa.

El pobre no tiene que echar cuentas ni hacer declaraciones de la renta, no está sujeto a inspecciones ni a eventuales cortes de luz o de agua. Un pobre no necesita seguros porque su seguridad es la universal que concede la propia naturaleza.

El pobre no tiene problemas de estética porque su libertad, le permite vivir sin dientes que mostrar, lo cual es una suerte teniendo en cuenta el elevado precio de los servicios odontológicos.

El pobre tiene una extraordinaria vida social. Solo hace falta acercarse hasta cualquiera de las oficinas del INEM para verles en manada disfrutando de su tiempo libre, lo que me recuerda a esas imágenes paradisiacas de rebaños de gacelas en la sabana africana, pacientemente confortables bajo el sol del mediodía.

Puedo extenderme en las ventajas de la pobreza hasta casi un tomo de la Espasa Calpe, pero no quisiera aburrir a la concurrencia con demasiados párrafos ya que basta el sentido común para descubrir que la libertad de los pobres, es la notable envidia de quienes por tener una cuenta Suiza se creen más longevos. (En la foto, pobres disfrutando de una vida plena en libertad).

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