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Vitalidad

La pasada primavera, un vecino de edad avanzada que tiene un huerto aquí al lado, nos dio para que la probáramos una fruta exótica que él cultiva. Se trata de una especie muy rara a la que no sabría poner nombre, porque se me ha olvidado, como se nos olvido aquel mismo ejemplar en una balda del frutero.

Ésta mañana, como si de un coacher de La Voz se tratara, Chusa se ha dado la vuelta y ha descubierto que sin un gramo de tierra ni sustrato alguno, la fruta había germinado hasta exhibir un tallo verde larguísimo con el que se aferraba a la vida subiendo hacia su futuro. -A esa hay que plantarla- me ha dicho señalándola. -¡Por supuesto! cómo no me habré dado cuenta antes -he dicho yo, sintiéndome torpe-

Y es que he debido de estar ciego para no ver ese hermoso brote de vitalidad arrolladora. De repente me he dado cuenta de que sin Chusa, esa hermosura de perseverancia verde, quizás no habría conseguido prosperar más allá de los cuarenta centímetros de planta que ya tiene en su haber, desarrollados gracias a la poca humedad que es capaz de robarle al aire.

Luego he pensado que la planta ha tenido mucha suerte de que mi mujer se haya percatado de su presencia ya que sin ella, mucho más no habría podido desarrollarse. Y ahora me ocuparé yo de que recupere el tiempo perdido enterrándola en tierra fértil para que pueda extenderse hasta el infinito que la vida le tenga destinado.

Pero entonces el vegetal, sin decir ni una palabra, nos ha dado una lección importantísima con la sabiduría que solo el silencio es capaz de transmitir;

Si, ha estado viva, a pesar de nuestra ceguera. No ha necesitado de nadie para saborear la luz. Su vida en paralelo a la nuestra, ha sido una realidad que nuestro olvido no ha podido borrar, porque existir con poderío, no depende de las miradas ajenas.

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