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Sanitariamente hablando

Mi predilección por uno de los mejores inventos de la humanidad no parece razonable, pero lo es.

El inodoro es nuestro amigo, alguien con quien todos compartimos nuestra más sincera intimidad, nuestro confidente más receptivo y en el que volcamos toda esa amenaza interior que de no expulsarla, acabaría con nuestras vidas en poco tiempo.

Representa a los políticos también, a nuestros peores enemigos, a la agencia tributaria, a Pablo Iglesias o a Mariano Rajoy (al gusto), incluso encarna una figura en la que podemos excretar nuestros peores y más abstractos sentimientos, como el amor no correspondido, los contratos de trabajo abusivos, la subida de la gasolina o la desazón que produce no tener vacaciones, por poner algunas.

Ese dispositivo que mantenemos encarcelado en una celda de bonitos alicatados y cuya puerta siempre está cerrada, es un trabajador ejemplar, el mejor de todos los utensilios de la casa y al que por hacer el más sucio de los trabajos, se le debe sin duda el mayor de los respetos.

Parece como olvidado en su aislamiento y en un régimen de incomunicación. Pero sin embargo nosotros, como carceleros que le tenemos cautivo en un rincón, sí que le confesamos nuestras fantasías más pecaminosas o los secretos mejor guardados.

Ya quisieran muchos mandatarios de los que manejan los hilos del mundo, hacer su trabajo con la dedicación y el esmero que pone nuestro escusado en el desempeño de sus funciones.

Yo amo este invento. A mi amigo Roca le tengo en una consideración más grande que a muchas personas con apellido. Me rindo con humildad ante la excelencia de su servicio y admiro ese pequeño feudo en el que convive junto con el cepillo de dientes y la esponja, y en el que reina con sus fronteras abiertas siempre receptivo a mis peores ordinarieces.

Mi tributo no puede ser menor dada la importancia de este amigo de todos. No estoy dispuesto a su humillante destino en un vertedero después de años de servicio. Yo adopto sanitarios y les veo sonreír en su nueva ubicación después de una vida de trabajo sucio, y porque creo en las segundas oportunidades les doy la libertad que se merecen.

La próxima vez que os bajéis vuestra lencería y os agachéis para apuntarle con el ojo amenazador, dadle gracias. Y recordad que aunque lo sustituyáis por un nuevo modelo, es posible que vuestro antiguo amigo y la huella de vuestros esfuerzos más indecorosos, pueden seguir vivos en mi jardín.

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