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Amancio

Estamos dispuestos a todo, incluso a matar, pero no lo sabemos. Amancio está mirando el horizonte desde lo alto, recorriendo de nuevo el pasado. En dos mil dos, con treinta años de edad, Amancio fue nombrado director comercial de su empresa de catering. Todas las mañanas, él era su propio despertador, porque antes de que aquel Casio sonara ya estaba desayunando, perfilando un día más su prometedor futuro. Todos aquellos seguros del hogar y pólizas particulares, los sobrados saldos de sus cuentas corrientes, los dos sueldos,... prometían un cimiento familiar difícil de tumbar. Antes de salir por la puerta con las llaves de su Mercedes en la mano, despertaba con suavidad a su mejor amiga, su mujer Claudia, que a su vez sacaba de la cama al pequeño Raúl de cuatro años. Una organización perfecta. En dos mil nueve, el entonces presidente del gobierno mencionó por primera vez la palabra crisis. Por entonces, la facturación de la empresa de Amancio había obligado al despido de gran parte de la plantilla, y su mujer, que echaba algunas horas como ayudante de cocina en un restaurante de diseño, aquel mismo día vació su taquilla para no volver, por el cierre definitivo del negocio. El pequeño Raúl de once años no entendía porque su madre lloraba por la M30 de camino a casa. En dos mil trece, el siguiente presidente, anunció otra tanda de recortes en contra de lo que su programa electoral había prometido con tal de arañar la mayoría de los votos. El pequeño Raúl de quince años vuelve a ver llorar a su madre por la M30 pero esta vez sí que entiende lo que ocurre. Ha oído muchas veces en la tele lo de las preferentes y ha escuchado en su casa las discusiones que origina esa palabra siniestra. Fuera, en la carretera, llueve mucho, y en los ojos de la mujer también llueve. Se seca las lágrimas mientras el vehículo con los neumáticos gastados pisa uno de esos charcos. Antes de que pueda darse cuenta de que ambos ya están muertos, el Mercedes de doce años cruza volando la mediana envuelto en agua sucia. Amancio recibe la llamada, justo cuando ya estaba siendo atendido por la funcionaria del Inem. Lo último que recuerda el presidente, son las risotadas de su ministro de hacienda a la salida de un restaurante. Un rato después solo quedan de él pedazos de cerebro esparcidos por la acera. Mientras los gritos inundan la calle, Amancio, el experto cazador, ex miembro honorario de un selecto club cinegético, circula despacio para no levantar sospechas en dirección contraria a la de su primera víctima. En las semanas siguientes fueron abatidos cuatro ministros, tres banqueros y cuatro acusados de corrupción en libertad. A principios de 2014, el partido gobernante convocó elecciones anticipadas y muchos políticos, presa del miedo, dimitieron o se exiliaron con sus familias a paraísos fiscales. En ese mes de Enero, Amancio estaba mirando el horizonte desde lo alto, recorriendo el pasado. En ese mes de Enero cesaron los asesinatos. Con la llegada de la primavera de 2014 se anunció el fin de la crisis. Amancio y sus apellidos solo eran un nombre en una lápida, junto con los de su mujer y su hijo.

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